dimarts, 3 de març del 2009

Carmen Castillo en Girona

La ciudad de Girona se ha visto honrada hace pocos días, con la visita de la realizadora y escritora chilena Carmen Castillo, quien presentó sus trabajos documentales La flaca Alejandra (1994) y Calle Santa Fe (2008), en la Facultad de Letras de la Universidad de Girona y en el cine Truffaut, respectivamente. En ambas ocasiones, los espectadores pudieron dirigir sus preguntas e inquietudes a Castillo, en un diálogo abierto y fecundo sobre el pasado reciente de Chile y Latinoamérica, sobre la memoria histórica y, muy particularmente, sobre cómo el arte puede transformar el dolor en esperanza y la esperanza en acción.
En esto último, Carmen Castillo tiene mucho para enseñar, pues su vida se vio marcada por la tragedia que significó para Chile el golpe de Estado de 1973, en que se abrió la caja de los horrores para una inmensa mayoría de chilenos que se vieron, de la noche a la mañana, sometidos a una represión militar sin precedentes, que incluyó el bombardeo del Palacio de Gobierno, y la práctica sistemática de la tortura, el asesinato, la desaparición y el exilio de miles y miles de personas. No obstante, y a pesar de todo, hubo muchas personas que decidieron plantar cara a la dictadura, y Carmen Castillo perteneció a estos últimos. Militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y ligada sentimentalmente a su máximo líder, Miguel Enríquez, permanecieron en Chile luego del golpe, ocultos en la clandestinidad, viviendo junto a sus dos pequeñas hijas, en una casa de la calle Santa Fe, en Santiago de Chile, desde donde dirigieron los hilos de la resistencia mirista. Diez meses duró esta bella convivencia amorosa e insurrecta, en la cual ella quedó embarazada de un hijo de ambos, un hijo que no pudo nacer, porque el 5 de octubre de 1974, irrumpieron en la casa fuerzas conjuntas del ejército y carabineros, con apoyo de helicópteros. Carmen quedó gravemente herida por el estallido de una granada en el pequeño salón, y fue sacada por militares que la lanzaron violentamente a la cuneta, mientras adentro, Miguel era abatido tras resistirse durante más de una hora, según el testimonio de los vecinos. Carmen Castillo salvó su vida gracias a un vecino anónimo que tuvo la valentía de llamar a una ambulancia, y una vez hospitalizada, gracias a que uno de los médicos filtró a Radio Francia Internacional la noticia de que Carmen Castillo estaba viva. De este modo, la incesante presión internacional arrancó a la dictadura su liberación y Carmen, aún grave, salía en un avión rumbo a París.
Esta historia real constituye el punto de partida de Calle Santa Fe, y es todo un ajuste de cuentas entre Carmen Castillo y una memoria dolorosa, incluyendo el emotivo reencuentro en el lugar de los hechos, con personajes de los cuales no sabía nada, como el vecino aquel que telefoneó a la ambulancia y otros… No obstante, el relato crece enormemente hasta trascender lo personal y convertirse en un auténtico documento histórico, que retrata la historia de 17 años de resistencia popular, a través de testimonios orales de protagonistas, imágenes de época, y fragmentos de voces que permiten la reconstrucción de la historia del MIR y múltiples evaluaciones. Es decir, se entra en un capítulo absolutamente marginado de la memoria colectiva de los chilenos, pues al silencio y escasa repercusión que estos temas han tenido en los medios de comunicación públicos y privados, hay que sumar la destrucción sistemática de todo el material audiovisual, fotográfico, sonoro, etc. emprendido por los represores, y los dieciocho años que han pasado desde la recuperación de la democracia, en los cuales el Estado chileno, lamentablemente, no ha estado a la altura de sus responsabilidades. Decimos esto, entre otras cosas, porque es vergonzoso que las fuentes fílmicas que lograron salvarse de la quema, por personas anónimas que arriesgaron sus vidas ocultando durante años estos materiales, o sacándolos al extranjero, permanezcan aún en riesgo de perderse definitivamente, porque no ha habido manera de que ninguna institución pública haya tenido la delicadeza de financiar el proceso de digitalización de estos materiales, imprescindible para su conservación. El Estado, por boca de sus representantes en el ámbito de la cultura, dice que no tiene dinero para salvar estas cintas de incalculable valor histórico, a pesar de que nuestros gobernantes recorren el mundo presumiendo de cifras macroeconómicas, desarrollo y “liderazgo en la zona”.
En Calle Santa Fe podemos valorar, precisamente, el rescate de imágenes hasta ahora inéditas, de un enorme valor social y testimonial, como aquella toma de terrenos realizadas por mapuches; la entrada del ejército en la popular población Juan Antonio Ríos, en que allanaron casa por casa, llevándose detenidos, formados en fila india y con las manos en la cabeza, a todos los hombres del barrio, muchos de los cuales no volvieron; imágenes de la resistencia de los años ochenta, o valiosos fragmentos de entrevistas realizadas a dirigentes emblemáticos del MIR, como Bautista Van Showen, Edgardo Enríquez y el mismo Miguel, cuyos rostros, voces y gestos., se nos habían hechos borrosos y lejanos, debido a que la mano amarga del poder, no contenta con asesinarlos, ha proseguido en su fúnebre empeño por borrarlos de la Historia y de la memoria colectiva.
El trabajo de Carmen Castillo constituye, entonces, una gran aportación a la conservación de la memoria de los vencidos, y el humano tratamiento que se hace de personajes reales que protagonizan capítulos dolorosos de nuestra historia reciente, expresan por sobre todo amor y comprensión, y una tal voluntad de vivir que, quizás, toda la aportación de Castillo pueda explicarse con las mismas palabras con las que el poeta Angel González explicaba su propia poesía, como “la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas”. Nosotros damos fe de que lo consigue, y mucho.
J.M.