dijous, 29 d’agost del 2013

Ponç Puigdevall y la "Energía del Error": Crítica a "Un dia tranquil."


Ponç Puigdevall rompió doce años de silencio editorial con la publicación en 2010 de la corrosiva y etílica novela titulada -no sin ternura- Un dia tranquil, que obtuvo merecidamente el premio Ciudad de Barcelona ese mismo año.

Sobre el porqué de tan largo silencio, más largo aún si se considera que el autor, a los 35 años, había dejado suspendida indefinidamente una carrera literaria de lo más prometedora que incluía un sólido prestigio como crítico literario -baste con señalar que Roberto Bolaño le dedicó un artículo memorable en donde lo consideraba como uno de los cuatro mejores escritores vivos en lengua catalana-, Puigdevall argumentaba en una entrevista de enero de 2013, en la revista Núvol, que se debió a "una serie de razones vinculadas a unas atrofias de los hábitos, a la pereza y a una fascinación exagerada hacia las mujeres y la noche".


Su esperado retorno literario no decepciona en absoluto: Sustentada en una apuesta jugada al todo o nada en favor de la supremacía del estilo por sobre tópicos tales como la monotonía de la acción y la linealidad de la historia, Un dia tranquil nos ofrece el periplo de un día, un largo y único día que cubre un fin de semana completo en la vida de Nicolau Batet, escritor arruinado y alcohólico que sobrevive a empentes i rodolins en una pequeña ciudad -fácilmente reconocible como Girona-, pero que conserva intacta, sin embargo, la arrogancia y una fría lucidez que le sirve de brújula en medio de las zozobras existenciales que le toca enfrentar. Batet se mueve en la red enganchosa de una picaresca llevada mucho más lejos de lo que suele permitir el decadente medio social al cual pertenece y al que disecciona con la precisión de un entomólogo. Valga como ejemplo la enumeración y descripción de la fauna típica que al mediodía puebla uno de los bares metafísicos en los que Batet se pasaba horas infinitas. Un bar cuyo nombre el narrador no revela pero que sitúa justo enfrente del Babel, un clásico de la bohemia gerundense que cerró sus puertas en 2012. Con toda naturalidad e inocencia, afirma que allí acudía "Un grupo de funcionarios jubilados, una mujer paralítica que bebía escondida de sus familiares en complicidad con la señora que la cuidaba y unos cuantos empresarios y banqueros que acudían para exhibir su poder, su riqueza y su astucia para aumentar el patrimonio, y que se habían encaprichado con Nicolau Batet porque sabía relacionarse con complacencia y porque no habían conocido nunca de cerca a ninguno que se dedicara a la escritura."

Decepcionado y harto de todo, sumido en una espiral de lenta autodestrucción, en una dinámica corrosiva que une el vacío a los últimos y melancólicos impulsos de resistencia, un sencillo viaje a su costero pueblo natal, se convierte en un auténtico descenso a unos infiernos en miniatura que no han sido cantados por Dante ni Milton. Una caminata por el fondo en llamas de los pequeños abismos cotidianos, sembrados de ínfimas miserias venenosas que, en momentos de pelos erizados, a menudo irrepetibles y casi siempre inolvidables, fructifican y estallan como bombas de ruido capaces de poner en tela de juicio todo el marco de las relaciones sociales, la ética, la moralidad y el concepto de dignidad humana predominantes en una sociedad acomodaticia y mezquina que aún duda a la hora de escoger entre lo virtual y lo real.
 
En el caso de Batet, lo que más le atormenta, sea quizás el hecho de que habiendo tenido todo de cara para conseguir la pírrica victoria de la literatura y el éxito, él haya preferido abandonarlo todo, seducido fatalmente por una suerte de Energía del Error que vuelve vanos hasta sus mejores esfuerzos por componer su fe marchita. Para horror de sí mismo y su entorno, Nicolau Batet llegará a encarnar la realidad de la renuncia, saboreando el placer del desacato y disfrazándose con la estética feroz de la marginalidad y de una desperfilada épica de confuso sentido que lo lleva a atreverse a brindar en forma pública por la derrota. Aunque a veces, en algún momento de debilidad -que pido al lector le sepa perdonar- unas lágrimas de desconsuelo se asomen, afortunadamente amparadas por el silencio y a salvo de toda mirada indiscreta.
 
Con esta obra, sabiamente aderezada de desparpajo y humor negro, Ponç Puigdevall hace gala de una pluma precisa de cirujano que destripa las verdades ocultas de la sociedad europea actual, contorneando un bárbaro refinamiento que, en algún modo, nos hace pensar en Céline, o más bien, en un altivo Scott Fitzgerald absolutamente pasado de roscas, tartamudeando de bebido, pero más lúcido e implacable que nunca.
De este modo, Puigdevall da un golpe de puño en la mesa de la literatura en lengua catalana que, con la posterior publicación en 2012 de los relatos de L'atzar favorable, confirma los mejores augurios sobre este escritor. Mi deseo inmediato es que este autor y su obra sean traducidos al castellano y distribuidos por toda Latinoamérica: El diálogo que tendría lugar sería, sin duda, memorable y fructífero.

 
Jorge Morales

Girona, verano 2013