dilluns, 13 d’octubre del 2008

Recordando a Roberto Bolaño

Sábado, 4 de octubre de 2008.

A las 18.40 llegamos Jesús, Pilar y yo a la Biblioteca Comarcal de Blanes para asistir a la inauguración de una sala con el nombre de nuestro querido escritor, al que la ciudad quiere rendir homenaje en un acto en el que deben participar Antoni Garcia Porta, Enrique Vila-Matas y Rodrigo Fresán.

En el vestíbulo principal aguardan ya unas quince personas. Junto a la puerta de acceso a la sala, en la pared, una cortinilla cubre la placa conmemorativa. A medida que se acercan las siete de la tarde, van entrando más personas. Afuera, con paso lento, camina hacia la biblioteca Enrique Vila-Matas, flanqueado de Antoni Porta -el amigo de Bolaño, autor con él de Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (aquel debut literario de 1984)- y de alguien que se parece a Rodrigo Fresán, pero que no lo es. Por fin llegan. Para cuando entran el vestíbulo ya está repleto de gente: mayores de 40 o 50 casi todos. Único, ese chico de larga melena morena, algo menos rizada que la de su madre; es Lautaro, el hijo adolescente (18 años) de Bolaño. Un señor de cabello blanco, perfectamente trajeado, recibe a Vila-Matas, a Porta y al sosias de Fresán. Se unen a Carolina López (la viuda de Bolaño), a su niña, Alexandra (6-7 años) –siempre cogida de la mano de su madre-, y a Lautaro. Rápidamente, la bibliotecaria aparece junto a la placa, con un micrófono. Continúa leyendo... Movimiento de cuerpos hacia la zona. La expectación es inmensa. Revuelo de fotógrafos que disparan sus flashes enfocando a Carolina, Alexandra y Lautaro, quienes posan visiblemente cohibidos, como abrumados por la concurrencia, sonriendo benévolos, agradecidos. La bibliotecaria pide atención. Muy breves, sus palabras inauguran la sala, descorriendo la cortinilla que tapaba el rótulo: “Sala d'Actes Roberto Bolaño (Santiago de Xile, 1953-Blanes, 2003). ‘Yo solo espero ser considerado un escritor sudamericano más o menos decente que vivió en Blanes y que quiso a este pueblo’. Del llibre Bolaño por sí mismo”. Seguidamente, se nos invita a pasar a la sala.

Buscamos asiento lo más cerca posible del estrado –hay tres filas de sillas reservadas-. Comienza el acto con un parlamento del alcalde (“Convergència i Unió”), “Il·lm. Sr. Josep Trias i Figueras” –reza la invitación- (el señor de cabello blanco, perfectamente trajeado), quien lee un discurso en catalán que inicia rememorando a Joaquim Ruyra, el narrador de cuentos nacido en Girona en 1858, muy vinculado a Blanes -donde tenía casa de veraneo-, en cuya vida literaria y cultural participó activamente, hasta el punto de querer ser enterrado aquí en 1939. Luego se dedica a glosar, muy por encima, la estancia de Bolaño en la villa. Lo hace muy serio, monótono, sin expresar ningún sentimiento, limitándose a enunciar el reconocimiento oficial que presumiblemente él no ha escrito, el reconocimiento de que Bolaño fue un ciudadano de Blanes, donde se sintió a gusto, y donde escribió una obra que la ciudad le agradece y por la que le homenajea ahora, orgullosa de que la hubiera elegido para vivir. Fin del discurso. Aplausos y el alcalde se retira de la mesa para ir a sentarse en una de las sillas de la primera fila, junto a Lautaro. Carolina está sentada en el extremo de la fila; a su lado, entre ella y su hermano, Alexandra. En el estrado, se levantan los tres participantes en el coloquio, para resituarse: a la izquierda del espectador Porta, a la derecha Vila-Matas, y en el centro el sosias de Rodrigo Fresán, quien enseguida nos dice que aunque se le parezca en la calva y la cara redonda es Miquel Adam, aprendiz de escritor y editor, a quien le han encargado moderar el acto.

Pero el joven Adam de inmediato se nos revela como alguien muy distinto a un “moderador”. La combinación de entusiasmo ilimitado y de nerviosismo de este inexperto tertuliano propició que el coloquio se desarrollase de un modo inusual: rico de ideas y sentimientos, comprometido –la agitación de Adam disparaba su osadía- y muy divertido. Pregunta enfebrecido, sin pudor, acerca de todo sobre Bolaño y sobre cómo escribir. Vila-Matas se siente aturdido (se le nota en la expresión) por la velocidad con que el joven “letraherido” formula sus preguntas, pero con paciencia recibe las sucesivas rachas inquisitorias, hasta que, tras una nueva serie interrogativa del incisivo y simpático Adam, impaciente éste ante el silencio estupefacto de los dos escritores, que le lleva a conminarles a que digan algo (“¿por qué no dicen nada, por qué ofrecen esa resistencia a mis tentativas averiguadoras?”), Vila-Matas ya no puede más y estalla, en tono educado –es todo un señor-: “Si es que yo todavía estoy en la pregunta anterior, si es que usted no da tiempo a reflexionar sobre lo que ha planteado; yo aún estoy pensando en ello y usted ya formula otra cuestión”. Risas.

Antes de ese torrente desbordado de inquisiciones acerca de quiénes aprecian a Bolaño (“¿Los que tienen menos de 40 años, como dice Volpi?”. “Eso es una tontería”), de su calidad como poeta o cuentista comparada con su calidad como novelista (“Cuentista a la altura de Borges”, sentencia Porta; “Cuando me enseñaba sus poesías hace 25 años no las entendía. Hoy su poesía me parece magnífica”, añade), de la indiferencia por su obra de los monstruos Vargas Llosa, Fuentes, García Márquez, de las extrañas estructuras de su literatura (“¿Qué opinan ustedes de las estructuras?, ¿de la estructura de paraguas de 2666?; “La estructura es algo que uno copia de otro, que puede ser uno mismo que se ha inventado una estructura, pero que luego ésta se pierde; la estructura es algo que uno cree que necesita para empezar a escribir la novela o el cuento”, Vila-Matas dixit; “Cuando Roberto me enseñaba sus dibujos con sus estructuras, como ese dibujo del paraguas, yo no entendía nada; para mí esos dibujos son ininteligibles”, dice Porta), del trabajo de documentación (“Recientemente, estando en casa de Carolina, me llamaron la atención todas esas carpetas llenas de recortes, de artículos, de apuntes… Yo me siento directamente ante la pantalla y me pongo a escribir…”; “A usted le asombra porque usted pertenece a las nuevas generaciones educadas en la ausencia del esfuerzo, educación que los profesores vienen fomentando. En cambio, las generaciones anteriores, la de Bolaño y la de Porta, la mía, fuimos educados en la cultura del esfuerzo”), antes de todo eso, Miquel Adam había empezado, tras el exorcizador parto libresco de la maleta, provocando a Porta y Vila-Matas con la clasificación genial del eximio chileno: “Sólo puede haber dos tipos de escritores buenos: los que pertenecen al lumpen y los aristócratas. ¿Usted, señor Porta, se reconoce como del lumpen?” –cara de perplejidad mayúscula del coautor de Consejos de un discípulo de Morrison…- .“¿Y usted, señor Vila-Matas, se reconoce aristócrata?” –sonrisa irónica del doctor Pasavento-. “Yo, que no soy escritor, si lo fuese, cuando lo sea, estaré en el grupo de los escritores malos, de los escritores mediocres: el de la clase media”. Vila-Matas respondió diciendo que últimamente ha tenido que desmentir algo que se le ha atribuido falsamente: el haber afirmado que si desaparece la clase media él no lo va a sentir. “Hasta mi padre me llamó por teléfono para exigirme que retirara eso”. Risas unánimes en la sala, mientras el escritor se declara perteneciente a la clase media del Eixample barcelonés.

Son las 20.30. Miquel Adam pide un “epitafio” para cerrar el coloquio. Vila-Matas esboza un gesto de desagrado; supongo que no le ha gustado, como a mí, la palabra “epitafio”. Sugiere que se brinde al público la ocasión de decir algo. Un señor pregunta qué opinan los tertulianos sobre la publicación póstuma de textos inéditos. Vila-Matas, después de decir que no entiende la pregunta –me pareció que sí la había entendido, pero que quería confirmar si la pregunta iba con alguna segunda intención-, repetida en los mismos términos, argumenta que todo lo que se publique, sea lo que sea, no altera el valor de la obra conocida, que cuanto más se sepa de un escritor, mejor. Dicho lo cual, un latinoamericano, desde el fondo de la sala, levanta el brazo para pedir la palabra: “Yo me pregunto, después de haber oído los elogios que aquí se han hecho de Roberto Bolaño, la alta valoración de su literatura, la veneración de su poesía, sus cuentos, sus novelas, los indiscutibles méritos que le han valido que hoy se le dé su nombre a una sala de esta biblioteca, yo me pregunto cuáles serán los méritos del gran escritor que finalmente dé nombre a la biblioteca”. Necesariamente, el moderador Miquel Adam dice que ése es el “epitafio” que él pedía para concluir el acto.

Luego pasamos al jardín trasero del vestíbulo donde han preparado un refrigerio. Nos acercamos Jesús, Pilar y yo a saludar a un colega de Lourdes –hoy ausente-. Bernat nos habla de la tertulia literaria que desde hace 20 años celebran un grupo de profesores y amigos de Blanes; empezaron reuniéndose alternadamente en casa de cada uno, y ahora lo hacen en el bar “Romaní” de Lloret. Bolaño asistía a esa tertulia, y mostraba siempre un gran interés por lo que leía todo contertulio, por las opiniones y comentarios de quienquiera y acerca del libro que fuese, enfatiza un compañero de Bernat, admirado de que Bolaño le dijese a él, cuando disculpaba su modesta cultura literaria, que se dejara de tonterías, que le contase, que quería saber del libro que había leído, aunque ese libro se pudiera considerar “malo”. “Porque Bolaño -añade Bernat- lo aprovechaba todo. Era una esponja”. Mientras seguimos conversando, Bernat ve a Emilio, amigo de Anselmo (el profesor de filosofía con quien Bolaño compartió muchas horas de conversación y amistad los primeros años de Blanes). Bernat, nos lleva hacia Emilio, también amigo de la familia Bolaño, para presentarnos a Jesús, Pilar y yo como bolañistas de Barcelona, “los fans de Bolaño amigos de Lourdes”. Y Emilio, de inmediato, nos conduce hacia Carolina, para que la conozcamos. Sonríe. Muy afable, departe con nosotros. Busco su opinión sobre el discurso del alcalde, sobre el sentido del recuerdo de Joaquim Ruyra, cuya relación con el homenaje a Bolaño me pareció apenas establecida, sólo de modo indirecto (el sustrato literario de Blanes) y débil. Carolina sonríe. Pero cuando paso a señalar la intervención última del latinoamericano, ella, sonriendo una vez más, coincide en nuestra apreciación de que la pregunta ha sido un dardo certero, una brillante conclusión, y añade: “hay bastante política…”.

La gente se ha ido marchando. Nosotros hubiéramos continuado gozosos la plática con Carolina. Sin embargo, nos parece que ella y sus hijos desean retirarse. Nos despedimos. Salimos juntos, los últimos, casi empujados por el conserje, quien cierra la puerta de la biblioteca contra nuestras espaldas. Me voy con la impresión final de que un dardo afilado de la literatura de Bolaño ha ido a clavarse en el alcalde.

Juan Varias García. Barcelona, 8 de octubre de 2008.

P.S.1º (10 de octubre 2008). Acabo de leer a Antonio Baños en “Exit. El Periódico” –on line-: la madre de Roberto Bolaño murió el día antes del Homenaje.

1 comentari:

Ana Bande ha dit...

Lo mejor " Salimos juntos, los últimos, casi empujados por el conserje, quien cierra la puerta de la biblioteca contra nuestras espaldas". Muy bueno. Extraordinaria figura la del bedel, una coordenada imprescidible para tanto ego perdido como profifera por ahí. Figura literariamente perfecta y un filón por explotar muy bien intuido por Muriel. Y en todo lo demás, agradecida por esta crónica perfecta y detallada sobre el gran Bolañó. He abierto recientemente el paraguas, pero con este temporal he tenido la suerte de observar cómo revientan sus ballenas y se me clavan gozosas en mi rostro anhelante de Bolaño. Abrazos!